martes, 14 de octubre de 2014

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"Y no podía ser de otro modo: hoy no queda más remedio que hablar de la diversidad con entusiasmo. Se trata de glorificarla sin tregua y, al mismo tiempo, de no verla nunca en acción. En el mismo momento en que se afirma su importancia, se le niega toda incidencia. Las ciencias sociales que la defienden con pasión también impiden con igual pasión acceder a ellas. La diversidad -repiten- no es un problema, es una suerte. Los problemas, cuando surgen, provienen de rechazarla. Los tiempos, en otros términos, exigen hacerles un sitio a las culturas extranjeras, pero queda formalmente prohibido a la vez proceder a una lectura etnológica de los afectos como, por ejemplo el sentimiento de humillación. Los "dominados" tienen todas las razones del mundo para sentirse humillados y expresar su rabia, aunque esta pueda en ocasiones llegar a formas lamentables. El pasado colonial y las presentes desigualdades económicas con el origen de los comportamientos anómalos o violentos, eso es lo que conviene pensar. ¡Gloria, pues, a las diferencias, pero malditos sean quienes se las toman en serio! ¡Viva la diversidad cultural, pero qué vergüenza si el mundo actual se atreviera a tenerla en cuenta! El elogio es obligatorio, la percepción lleva el sello de indignidad. Porque hay que evitar sobre todo que el conocimiento de los demás comprometa lo más mínimo la idealización romántica de la alteridad. La realidad queda censurada para que el escaparate siga inmaculado. Todos cuantos osan infringir la sacrosanta regla metodológica del tratamiento social de las cuestiones etno-religiosas caen en desgracia y ven cómo sus nombres, a renglón seguido, quedan inscritos en la lista negra de lo políticamente correcto". 


Alain Finkielkraut - La identidad desdichada

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